En busca de una cama swahili en Mombasa
Dos semanas recorriendo Uganda en coche y Mombasa
Continuación de Jinja, las fuentes del Nilo
Mombasa (Kenia)
Sobrevuelo el lago Victoria, el sueño de los aventureros africanos. Es una sensación única. El lago Victoria es misterio, enigma, sublime belleza, historia, anhelos y sueños, el mayor de los sueños.
Está salpicado de islas (en este viaje a Uganda y Kenia no ha habido tiempo para visitarlas). Volamos con Uganda Airlines desde Entebee (Uganda) hasta Mombasa (Kenia) y no está resultando un mal vuelo. Ayer tarde, hablamos por teléfono con nuestro gran amigo Alberto, que estos días se encuentra en el Congo. Uganda hace frontera con Congo. Le dije, Albert nos separan solo las Montañas Virunga. A Alberto le conocimos en el Congo y desde entonces hemos tejido una fuerte amistad.
Ahora vuelo sobre Kenia, el lago Victoria ha quedado atrás, ya no lo vemos. Kenia es un país increíblemente maravilloso.
Cuando Xaquín dijo que quería comprar una cama swahili creí que era una ocurrencia pasajera. El año pasado habíamos visto en Lamu (Kenia), una ciudad maravillosa de la costa del Índico como los artesanos las fabricaban amorosamente. Pensé que era una extravagancia de las suyas pero no, era un deseo, un verdadero sueño. Quería traerse una cama swahili para nuestra buhardilla de Chantada (Ribera Sacra).
Este viaje a Uganda desde el principio ha estado diseñado en función de una cama. Volar a Nairobi (Kenia) desde Madrid y no directamente a Entebbe (Uganda) nos ha costado mucho más dinero, tiempo y aviones. Todo por buscar una cama swahili.
Después de recorrer en coche dos semanas Uganda, ya estamos en Mombasa para localizar la cama. Tenemos poco tiempo dos, tres días y como siempre nada preparado. Desde Uganda hicimos un par de búsquedas en Google pero no encontramos nada concreto.
Hemos recurrido a Pablo, periodista de EFE en Nairobi que nos ha hecho alguna gestión. Ha encontrado camas swahili en Malindi, una ciudad a cien kilómetros de Mombasa que también visitamos el año pasado. La llaman la ciudad de los italianos a orillas del Índico. No sabemos que hacer. Llevamos todo en el aire. Si Xaquín no tuviera esas ideas tan fascinantes no sería tan feliz a su lado, si fuera una persona normal, nunca se le hubiera ocurrido comprar una cama swahili en Mombasa. Así que ya estoy soñando con encontrar nuestra nueva cama con dosel y mosquitera.
Atrás queda el lago Victoria, las fuentes del Nilo y mis sueños.
La historia de Mombasa durante casi doscientos años fue escenario de ataques y contraataques, entre árabes y nativos, por un lado, y los portugueses, por otro, ayudados a veces por los caníbales zimba. Un rifirrafe continuo de sangre que acabó un 26 de noviembre de 1729, cuando los habitantes de Mombasa, alentados por los omaníes, desalojaron definitivamente del fortín a la veintena de portugueses que allí resistían. Ese día, como escribe Javier Reverte, se cerraba la epopeya del imperio portugués en el Índico “sin dejar ninguna huella cultural seria, ni escuelas, ni iglesias, ni canciones, ni lenguaje, únicamente algunas palabras integradas al suajili y una fiesta de toros en la isla de Pemba. Su sueño de África se esfumó como una pesadilla envuelta en sangre, fuego, pólvora, matanzas y saqueos. Y con un aullido de caníbales como música de fondo”.
Mombasa es mi ciudad favorita
Ir a buscar una cama swahili ha sido el pretexto para volver a Mombasa. El año pasado pude conocer esta ciudad del Índico, a la que tenía muchísimas ganas. La evocadora Mombasa, no me dejó impasible. Es una ciudad increíble. Ahora voy a recorrer sus calles en busca de una cama, disfrutando de esta ciudad única.
Por fin, puedo decir que Mombasa es mi ciudad favorita, única, indescriptible e incomparable. Es imposible que en el mundo exista otra ciudad así.
El turismo que viene a Kenia no suele parar en Mombasa porque cuando llegan a este país, van de safari o a Zanzibar, lugares muy turísticos que nada tienen que ver con esta ciudad que se ha mantenido intacta en el tiempo.
Mombasa, ciudad de civilizaciones que conviven como lo hicieron en el Toledo de las tres culturas. Aquí, hay de todo, madrasas (escuelas musulmanas) llenas de niños y madrasas llenas de niñas con velo cubriendo el cabello que aprenden el Corán llenando las calles del viejo Mombasa de voces infantiles recitando y cantando versos religiosos. En Mombasa hay muecines que llaman a la oración y que con la brisa del oceáno te envuelven en la madrugada con sus plegarias.
En Mombasa hay crematorios indios donde se siguen a rajatabla las tradiciones indus. Gente que llegó de la India y que desde hace generaciones regentan comercios preciosos y antiguos con fantásticos mostradores de viejas y nobles maderas, telas increíblemente bellas, seriedad, atención intachable, educación exquisita absorbida de la colonización británica.
En Mombasa hay un viejo club británico donde día tras día intento entrar para poder conocerlo. Día tras día me contestan que imposible, son clubs muy elitistas exclusivamente para socios (solo que yo no soy Karen Blixen cuando fue exquisitamente expulsada del Club de Nairobi).
Aquí, en Mombasa hay hermosas terrazas donde al caer la tarde se sientan los hombres a tomar un café disfrutando de la brisa del Índico. También hay terrazas en la calle donde por separado se sientan las mujeres a tomar algún zumo o helado generalmente acompañadas de una chiquillada de críos.
En esta ciudad hay negros, indios, mujeres vestidas con el chador dejando a la vista únicamente los ojos. En esta ciudad, hay ciegos acompañados de lazarillos acercándose a los coches para pedir limosna. En esta ciudad hay vendedores y vendedoras callejeando por todas partes. En esta ciudad hay edificios coloniales absolutamente evocadores y hermosos.
En esta ciudad hay olores increíbles que van cambiando a cada paso, una ciudad que huele a especias, flores, comida, sudor, calor espeso, contaminación, agua estancada y basura pero esos olores, todos mezclados e intensos otorgan una impronta a la ciudad de vida, es el palpito de Mombasa.
Mombasa es alegre, muy alegre, la gente intercambia chascarrillos en cada esquina, se tocan las manos, chocan los puños, sonríen. Es una ciudad ruidosa, matatus (pequeños autobuses), bora bora, burros, carretillas, coches, bocinas, una lucha sin piedad.
En esta ciudad hay un policía en cada rotonda parando a los coches y pillando su mordida (a nosotros nos pusieron una multa por hacer lo mismo que hacían los demás pero como éramos blancos…) pero la ciudad funciona, se respira desorden, un caos pero ordenado.
En esta ciudad siempre se escucha música sea de muedines, o del mercado. En esta ciudad hay un delicioso mercado de especias con un olor que jamás olvidarás. En esta ciudad la gente es muy educada y respetuosa, gente seria y comprometida.
Esto y muchísimo más es Mombasa pero el turismo a esta increíble ciudad prefiere no venir. Los viajeros que se dejan caer por esta inolvidable villa aplauden porque los turistas no se interesen por esta perla, misteriosa ciudad del Índico porque eso la mantendrá como lleva manteniéndose varios siglos, intacta, únicamente se han cambiado caballos, carretas y burros, por matatus, el transporte público en Kenia.
Los matatus de Mombasa
Hablar de matatus en Kenia es hablar de creatividad, diseño, artistas, color e historias, que contar. Kenia se merece un viaje únicamente para poder poder conocer el mundo y el ambiente que rodea a los matatus.
El matatu es un autobús o pequeño bus que te lleva a cualquier punto de la ciudad y del país. Van hasta arriba de gente, muchas plazas mas de su capacidad. Por sus ventanillas se asoman cabezas y brazos llenas de sudor en un último intento de supervivencia. Hemos viajado mucho en matatus recorriendo África durante muchos años.
Es un medio de transporte rápido, muy barato y la verdad es la mejor manera de conocer un país. Son peligrosos porque conducen muchas horas siendo los reyes de la carretera. En cada país, tienen un nombre. Aquí, en Kenia los llaman matatus y son absolutamente maravillosos por su color, fantasía y creatividad.
Nos instalamos como el año pasado en el “Hotel City Blew“, un hotel con muy buen precio, además, se encuentra en una parte de la isla de Mombasa unida al auténtico «Old town» por un puente.
El hotel es fantástico. Nuestra habitación tiene un gran balcón que abre a una ría del Indico. Enfrente queda la vieja ciudad. De la última vez que estuve en Mombasa (un mes de septiembre), lo mejor que recuerdo de este hotel era la noche. La brisa entraba a raudales hasta nuestra cama. Una enorme mosquitera nos protegía meciéndose con la corriente que no cesaba hasta la madrugada. Los rezos del almuédano llegaban desde la vieja metrópoli musulmana. No molestaban, se convierten en un maravilloso duermevela, acunado por los cantos de la mezquita, que te recordaban que te encontrabas en una de las ciudades más evocadoras y sugerentes del mundo, La gran Mombasa.
Ahora, en esta época del año (estamos en diciembre) hace un calor profundo y espeso (nada que ver con Uganda) donde la chaqueta era imprescindible. Ahora el calor es insoportable, además, de penetrante y húmedo por el mar. Todo el tiempo estás mojado, sudando y sudando (solo recuerdo un calor así en Cotonou (Republica de Benin) en algún viaje concreto que nos pilló este calor infernal. Nada que ver con lo que recordaba.
Nuestro objetivo además, de conocer más profundamente Mombasa es comprar una cama swahili, por eso estamos aquí. No sabemos por donde empezar, tenemos alguna sugerencia de Pablo de la agencia EFE pero supone viajar a Malindi. En el aeropuerto hemos alquilado un coche.
En el Hotel City Blue se está de maravilla. Tiene un jardín junto a la piscina y la ría del Indico donde cenar un maravilloso pescado con vegetales se convierte en algo inolvidable. Nos hemos hecho amigos del camarero que nos ha servido la cena en el hotel. Se llama John, un tipo educado, listo, afable y atractivo al que le contamos que estamos en Mombasa para buscar una cama swahili. Casualmente, John es de Malindi. Va a hacer un par de llamadas para confirmar lo que nos dijo Pablo. Así son los africanos, gente dispuesta siempre a echar una mano. A los cinco minutos, John vuelve con una sonrisa de oreja a oreja. Nos dice que nos olvidemos de Malindi que podremos encontrar la cama en Mombasa.
Desconcertados, quedamos con John en recogerle a primera hora de mañana en su barrio. Nos quiere acompañar a buscar la cama. A pesar de que su jornada laboral acaba de madrugada, John nos espera en una esquina con mochila al hombro para ayudarnos. Es un ejemplo más de como son los africanos y la razón de porque te llevas siempre buenos amigos de África. Llegamos a una barriada de artesanos, especializados en camas. Hay muchos barrios de artesanos de camas en Mombasa. Esta ciudad es la segunda ciudad más grande de Kenia y tiene de todo.
Nos esperan cientos de diferentes camas alineadas a ambos lados de la carretera, camas blancas, negras, rojas, rosas, de cuero, piel, plástico, madera, horteras, ornamentadas, pequeñas, grandes, enormes pero ninguna se parece ni de cerca a nuestra cama swahili.
Me estoy enfandado por minutos porque esto no tiene nada que ver con lo que buscamos y el calor tan de mañana ya es insoportable. No vamos a encontrar nunca nuestra cama swahili en este viaje y posiblemente en ninguno.
Preguntamos a varios artesanos que nos miran con cara de poker, no tienen ni idea y se ofrecen a hacérnosla por encargo. Con las horteradas que veo, no les encargo a estos ni una taza de té. Nuestra decepción está alcanzando límites insospechados.
De repente, paramos el coche ante el décimo artesano de camas que con cara de iluminado nos dice que nos acerquemos al “Old town” de Mombasa que allí, es posible que la encontremos.
Con ninguna esperanza y un calor que te enloquece por minutos, sudando como pollos, mas que desesperados, dejamos a John en el hotel y en nuestro coche alquilado, nos acercamos al viejo casco de Mombasa.
El Old town de Mombasa es absolutamente inolvidable. Es retroceder en la historia muchos años, un escenario de edificios coloniales, tal cual eran hace más de cien años. Aquí se encuentra, la mezquita más antigua de Mombasa, el hotel más vetusto de toda Kenia (1901).
Todo sigue igual, callejas que serpentean el casco de Mombasa.
Nos acercamos al old post. Al lado se encuentra una tienda de muebles que se llama Old Port. Al entrar, ¡aquí está! ¡aquí está!, Xaquín me susurra, la cama, la cama, está aquí, no muestres mucho interés, disimula un poco. Allí, aunque cueste creerlo estaba nuestra cama (de un metro, veinte de ancho) con ornamentos swahili y decoración con esmaltes de cristal de aves exóticas en colores azules turquesa contrastando con la madera. Una preciosidad. Mientras disimulo dando vueltas distraídamente por la tienda, pregunto el precio. El dueño ya está de camino.
Parece un tipo serio. Empieza a explicarnos como se desmonta, nos da las tuercas, facturas y la empieza a embalar. La vamos a mandar a España con una empresa que se dedica a eso, a través de un contacto que nos dio una vieja amiga. La cama es preciosa. No nos lo podemos creer. Después de todo, lo hemos conseguido.
Quedamos con el dueño en que la empresa la recogerá un día de estos. Solo nos quedan dos días para darnos un garbeo por el Índico, acercarnos a alguna playa a bañarnos y sobre todo disfrutar de Mombasa. Lo vamos a dedicar a disfrutar de esta ciudad que nos ha enamorado una vez más.
Nuestra cama swahili llegó a España, seis meses después
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