Guinea Bissau y las Bijagos, un país diferente en 9 días (1 parte)
20 de febrero de 2016 (Madrid-Casablanca-Bissau)
Me voy de Madrid cansada y harta de mediocridad. Tengo la sensación de vivir en una sociedad enferma donde únicamente existen valores como la notoriedad, el miedo, la cobardía y la mezquindad.
Necesito escapar, volar, reencontrarme con sociedades diferentes donde existe pobreza y miseria pero no de espíritu. Gente que no tiene nada, pobre pero que no piensa ni en coches, ni en tablets, ni en teléfonos de nueva generación. Gente que sólo vive el momento, apurando la vida porque mañana a lo mejor se han muerto.
Me voy de Madrid harta de un mundo gris, necesito estar con esta gente, sentir su alegría de vivir sin nada.
África me lo ha dado todo a cambio de nada. África me carga de valores nuevos. África me ha cambiado. Nunca he vuelto a ser la misma. A nadie le debo nada. A África se lo debo TODO. Mi percepción de las cosas, mi manera de vivir, de sentir, de apurar cada segundo, bebiéndome la vida de un trago, de ser un poco africana y de sentirme muy africana.
El viaje a Guinea Bissau va a ser largo. Volamos con Air Marroc. El vuelo sale a las 18:30 con una escala de casi cuatro horas en Casablanca. El aeropuerto de Casablanca es nuevo pero su ineficacia sigue siendo la misma. Una hora de cola para pasar el control de policía, burocracia, lentitud. La última vez que estuvimos en este aeropuerto era Ramadán y no pudimos ni tomar una cerveza para hacer más llevadera la espera camino del Congo Kinshasa.
El viaje a Bissau es bueno. Llegamos a las cinco de la madrugada. En el aeropuerto, nos encontramos unas medidas de seguridad para control del ébola hasta ahora desconocidas para nosotros. A píe de avión, una enfermera, por primera vez en mi vida, nos va untando de un gel a todos los viajeros sin exclusión y obligatorio. Además, antes de entrar en el recinto del aeropuerto, tenemos que pasar un control médico, un doctor me pone una pistola en la cabeza y nos va disparando uno a uno mientras apunta una serie de datos en un cuaderno. Se va formando una larga fila de autómatas pasando sin rechistar el inesperado control médico. Hay carteles de prevención de ebola por todas partes.
Vamos a coger un taxi de confianza porque a estas horas es peligroso viajar en taxi con todo el dinero encima. El taxista se llama Antonio, dice que es funcionario del estado y en los ratos libres, taxista.
El camino desde el aeropuerto a Bissau es para poner los pelos de punta, noche cerrada y ni una luz, absolutamente todo a oscuras. Me pregunto como se verá esta ciudad, capital de un país desde el espacio, tiene que ser negra como un tizón.
Llegamos a la pensió Criole. Nos da miedo que no nos espere nadie, aparece un guarda que nos muestra nuestra habitación. Estamos cansados y vamos a reposar un rato. A estas horas no hay mucho que hacer en Bissau.
21 de Febrero (domingo en Bissau)
Hemos descansando en la pensió Criole. Otra vez tengo la sensación de volver a casa. Es preciosa. Un edificio colonial que regenta Marcel, un suizo que lleva afincado muchos años en Bissau, casado con Lina, una mujer mucho más joven, guineana. Dirigen esta preciosa pensión sin ninguna pretensión pero muy agradable, acogedora y bonita. Las habitaciones son básicas pero muy limpias y cómodas y a un precio asequible.
Desayunamos en el café Imperio, el más céntrico de Bissau. Tiene una bonita terraza que es el lugar de encuentro de todos los blancos de esta ciudad, aburridos y ociosos sobre todo un domingo como hoy. Desde la verja que rodea la terraza, una hilera de indolentes nos miran como nos comemos un croissant. En esta terraza hace dos años, conocí a un policía español muy interesante que nos proporciono buena información sobre el país en aquel momento.
Hemos dedicado el día a buscar una salida para mañana. Nos vamos al archipiélago de las Bijagos, declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco desde 1996. Esta formado por 88 maravillosas islas de las que sólo están habitadas 23. Es un auténtico paraíso de la naturaleza como he visto muy pocos. En esta época, se puede llegar y no en agosto que es época de lluvias y las corrientes hace que casi ninguna embarcación se atreva a surcar el peligroso océano.
Queremos conocer algunas de las islas que no pudimos ver la otra vez. En aquel viaje nos acercamos a Bubaque y Rubane, dos de las más grandes. Nos hospedamos en casa de Bob, un francés que regentaba un lodge dedicado a la pesca deportiva lleno de franceses que todos los años se dejan caer por aquí para conseguir los mejores pescados del mundo.
Antonio Torres, el coronel portugués, que conocimos hace dos años nos ha dicho que en casa de Bob, la semana pasada pescaron una barracuda de 100 kilogramos.
Antonio Torres sigue exactamente igual en su restaurante de Bissau, rodeado de todos los expatriados portugueses de siempre viendo la televisión pública portuguesa en la misma silla y en la misma mesa. También siguen igual nuestros amigos portugueses que se vinieron con la crisis a buscarse la vida y que regentan una casa de comidas rellenando su tiempo de ocio mirando al tendido. Todo sigue igual en esta peculiar ciudad.
Compramos una tarjeta de teléfono local muy útil para hacer llamadas interiores a buen precio. También aprovechamos para gestionar el cambio. Nos ha recomendado dos cambistas la embajada. Vamos a dedicar la tarde a visitar a viejos amigos de Bissau.
Hemos quedado a cenar con Melchor, un chico de Badajoz que conocimos hace dos años en Bubaque cuando vinimos a ver los carnavales de Bissau. Acababa de establecerse en la isla. Había comprado un terreno con la indemnización que le habían dado al finalizar su contrato laboral con una multinacional farmacéutica. Afincado en Barcelona acabo harto de la vida enferma que nos ofrece Europa, de la rutina, la infelicidad y tenía ganas de tener otra vida distinta.
Nos invito en su casa a una magnífica paella. Conectamos desde el principio. Melchor nos contó los proyectos que tenía. Su intención de construir un restaurante con un inmenso horno para hacer pizzas explorando un nuevo camino desde su fantástica y sencilla casa en medio de las Bijagos.
Esta noche cenamos con él en Bissau. Esta radiante, bronceado, guapo, relajado, inmensamente feliz y pletórico. Le va de maravilla el negocio “viento en popa”. No hay un blanco en Bissau que no se deje caer por su garito. Sus pizzas se han hecho famosas y su fama trasciende el archipiélago. Nos cuenta que le sobran los novios y que no puede ser más feliz. Cenamos los tres y nos va poniendo al día. Es inteligente, divertido, ácido y locuaz. La cena ha sido fantástica. Nos vamos a la cama y dejamos a Melchor perdiéndose en la noche de Bissau. Hoy busca marcha.
Mañana nos vamos al archipiélago a recorrer las islas que nos faltan por conocer.
22 de febrero 2016, lunes
Nos vamos a Rubane, la primera isla del archipiélago. Ya la conocemos. Estuvimos en “Tarpon”, la casa de Bob en nuestra primera incursión al archipiélago de las Bijagos, belleza entre las bellezas, único, fantástico y paradisiaco.
Nos vamos en una lancha para el archipiélago. Una lancha de Solange, una francesa que regenta el mejor resort del archipiélago. Nos ha hecho un buen precio. Nos vamos a quedar una o dos noches.
Estamos esperando la lancha y como siempre en África, lo que parecía que iba a ser, deja de serlo, todo se hace humo. Zarpábamos supuestamente a las diez. Es la una del mediodía y seguimos en el puerto esperando combustible para llevar a las islas. Nos acercamos a un maquis a tomar unas cervezas para hacer la espera más llevadera. Por fin, nos vamos acompañados de una pareja de franceses que van a hacer turismo por las islas.
En la pequeña lancha también nos acompañan unos 2000 litros de combustible que van al resort de Solange. Hasta la autoridad portuaria nos ha puesto pegas en el puerto por el combustible que llevamos. No se si la razón es por tráfico de carburante porque no creo que sea por el peligro que supone para nosotros convertirnos en una tea en medio del mar.
Nos situamos con la ignorancia o insensatez habitual en la proa del barco rodeados de combustible.
El barco zarpa por fin, hace mucho calor y el mar está muy peligroso. Las olas entran en el barco y a duras penas logro mantenerme sentada agarrada como puedo, muerta de miedo. Los franceses mas espabilados se han instalado en la popa. Con cada nueva ola creo que voy a desaparecer. Estamos calados hasta arriba. Nunca me mareo en los barcos a pesar de que este parece un corcho en mitad de una locura de bidones de combustible.
Viendo nuestro terror, el patrón detiene la barca en mitad del océano, a través de los bidones vamos saltando hasta la popa donde están los franceses. No nos hemos caído al mar de puro milagro. Desde la popa no es tan aterradora la travesía. En el barco van dos chicos, el que patrona el barco y otro que le acompaña que se pone a dormir entre el tremendo oleaje y yo pienso que si este se duerme, de esta me libro.
Por fin, llegamos al resort de Solange. Es una maravilla, el lujo más increíble. Nos recibe con cuatro besos. El la típica francesa de unos sesenta y pico años con cuerpo de gimnasio, falsa cara de treinta, hasta arriba de botox, melena negra y no debe medir mas de metro cincuenta. Solange es una institución en Bissau. En un narcoestado como es Guinea Bissau es mejor no imaginar lo que puede haber visto este personaje.
Nos instalan en una cabaña que es todo lujo, maderas oscuras nobles, parece ébano, grandes hamacas, una ducha increíble, vestidor, gimnasio. Un derroche de ostentación para las mayores fortunas del mundo que en los buenos tiempos llegaban hasta aquí desde Dakar y París en avionetas privadas. El ébola ha arrasado. En el lodge de Solange ha hecho estragos. Llevan dos años de cancelaciones por eso nos han hecho este precio.
Ahora empieza a llegar algún turista desde que la OMS ha decretado la zona libre de ébola, a pesar de que según el gobierno en Bissau no hubo ni un solo caso. Las 24 horas que vamos a pasar en la isla de Rubane resultan del lujo más exquisito. Una piscina fantástica al borde del mar, un maravilloso restaurante encima de un embarcadero de madera, camareros y camareras uniformados hasta las orejas, boato y opulencia por todas partes. En este resort trabajan unas sesenta personas y debemos no ser más de quince huéspedes en este momento.
El día transcurre entre baños, ver llegar las barcas de los pescadores que vienen de practicar pesca deportiva, paseos y comidas exquisitas. Nos alojamos en régimen de pensión completa y esta pija cuida mucho su cocina. El día ha sido fantástico, el hotel PontaAnchaca de Solange, una maravilla con enormes pájaros y muchos buitres reposando majestuosos en soberbios fromager.
Queremos ir a la isla de Orango pero parece que por segunda vez, es un sueño imposible. Hace ya dos años lo intentamos sin conseguirlo y esta vez tiene la misma pinta. Acercarse en barco para ver a la única población de hipopótamos marinos que existe en el mundo es inasumible. Solange nos lleva en una de sus lanchas pero nos pide un precio astronómico. La única oportunidad de ir en el único barco de transporte público que recorre todas las islas pero solo una vez por semana y a precio módico, la hemos perdido.
Melchor nos habló de la isla de Angurman que es mínima. Esta enfrente de Bubaque y de Rubane junto a la isla de Suga y vamos a acercarnos mañana.
Hay un francés que regenta un campamento. Hemos acordado que nos venga a buscar a las once de mañana.
Nos vamos a acostar que el día ha sido espectacular. Esto es una maravilla. La cena, una exquisitez. Este logde tiene mucho ambiente de francesitos. Prefiero no pensar en lo han debido ver las paredes de estas cabañas tan lujosas
Continúa en Guinea Bissau y las Bijagos, un país diferente en 9 días (2 parte)