Etiopía, un inesperado descubrimiento de ocho días, Addis Abeba
Madrid-Addis Abeba, 5 de enero
He recorrido muchos países africanos. Creo que conozco bien el continente negro pero Etiopía me ha dejado muda y me ha sorprendido inesperadamente. No he conocido nunca un país como este. Lo tiene todo. Su historia es increíble y apasionante. Posee una riqueza cultural, antropológica y religiosa que la hacen incomparable. Los etíopes son los descendientes de la reina de Saba y eso les dota de una impronta que sólo ellos tienen. Un pueblo y una nación apasionantes.
Etiopía no es como el resto de países del continente negro. Es diferente. Nada más llegar cuando apenas llevas unas horas en este país, ya te das cuenta de que el etíope es distinto. Tiene un orgullo y una altivez más digna de un persa que de un nigeriano o un senegalés.
Etiopía tiene una historia ancestral que otorga a los etíopes esa arrogancia de sentirse reyes de reyes. La Reina de Saba y su estirpe milenaria han ido moldeando su carácter. Cuenta la tradición que cuando el rey Salomón vio por primera vez a la reina de Saba, soberana de Etiopía, quedó cautivado por su belleza. De este encuentro hace 3000 años, fue concebido un hijo, Menelik I, de él descienden todos los reyes y emperadores etíopes.
Etiopía es el Estado más antiguo de África. Los etíopes dicen tener en su poder el Arca de la Alianza o lo que es lo mismo, las tablas de la ley de Moises. Es el único país en África que no ha sido colonia Expulsó a los italianos que intentaron colonizarlo por dos veces. El etíope esta orgulloso de sus raíces culturales, cristiano ortodoxo perteneciente a una cultura que ha convivido con musulmanes, judios y animístas. El etíope es soberbio pero legal, educado, atento, amigable y muy afable.
Aunque he visto mucha pobreza y miseria lo que hay en Etiopía no lo había observado en ningún otro lugar. El hambre más descarnado y desolador que no se esconde. Aquí la pobreza aparece sin remilgos, en cada rincón, en cada esquina, sin ningún disimulo.
Escuadrones de mendigos se encuentran apostados a la entrada de las iglesias ortodoxo cristianas con sus famélicas caras, y cuerpos desnutridos. No molestan, no avasallan, sólo observan y esperan un día más sin llevarse un bocado a la boca con esa distinción del etíope heredada de la reina de Saba y de sus reyes y emperadores.
En este país conviven la pobreza más humillante con el despilfarro más hiriente. La indigencia y la desigualdad de muchos que no tienen nada junto a muy pocos que lo tienen todo.
Tenía ganas de viajar a Etiopía aunque siempre me echaba para atrás la idea de que era un país con turismo. La sensación de cruzarme con grupos de turistas cámara en mano disparando a todo lo que se mueve no me atraía en absoluto. También es cierto que las noticias de otros viajeros que me llegaban del país eran fascinantes, hablaban de diversidad, belleza, cultura, historia, variedad que hacía imposible aplazar el conocer el segundo país más poblado del África subsahariana sólo superado por Nigeria.
Ahora tengo una semana de vacaciones y no voy a aplazar más mi primer acercamiento a este país.
El vuelo con Ethiopen Airline ha sido fantástico aunque hemos llegado agotados a Addis Abeba. En un taxi nos acercamos al Hotel Zas que nos han recomendado unos amigos del trabajo.
La entrada desde el Aeropuerto de Bole nos presenta una ciudad enorme y muy desordenada. Desde el avión hemos podido ver las cumbres del legendario monte Entoto, el pico más alto que abriga el valle sobre el que se extiende la capital de Etiopía, Addis Abeba. Addis desde el aire nos descubre barrios interminables de casitas de tejados de chapa. Se pueden observar que los rascacielos se mezclan con las casas de adobe. Riqueza y opulencia junto a la pobreza y miseria más exultante.
Addis Abeba es una ciudad grande, un poco más pequeña que Madrid. Tiene una población que ronda los cuatro millones de habitantes. Es una urbe nueva aunque pertenezca a una civilización milenaria. Se fundó en 1887 cuando la emperatriz Taitu, convenció a su marido, el emperador Menelik II para fundar la nueva ciudad en este enclave.
Su crecimiento es imparable. No das un paso sin encontrarte andamios entre calles levantadas y edificios a medio construir con carteles de empresas chinas. La construcción de edificios e infraestructuras en África y en Addis esta controlada por los chinos lógicamente con terribles contrapartidas.
No me gusta pasar por los países africanos llevándome en mi maleta roja lo que se llevan otros. Me gusta empaparme, conocer lo que no viene en las guías de país, algo distinto y diferente. No me interesa saber lo que la gente ve cuando hace turismo sino lo que no se ve.
Addis Abeba DUELE desde que la pisas por primera vez. Hay niños abandonados que vagabundean solos, familias durmiendo en la calle al raso tapados con mantas, algunos tiritando porque seguramente están muy enfermos. Un paisaje hiriente y desolador que se mezcla con coches de alta gama y edificios con guardas de seguridad apostados a sus puertas, mujeres vestidas a la última moda europea saliendo de lujosos restaurantes.
Adis Abeba no es una ciudad cara para el europeo que la visita. Comer en un restaurante local está tirado. A diferencia de otras ciudades africanas el dinero cunde y no se te escapa de las manos sin darte cuenta como ocurre en Kinshasa o en Malabo.
La comida etiope es deliciosa. No se parece a ninguna otra. Es única. No he visto en todo África una comida tan variada y espectacular. No sé si son las especias o el saber agrio de la injera (una torta que usan de base para acompañar cualquier plato y constituye la comida nacional). Esta elaborada con un cereal que se llama teff cultivado por todas partes.
La ciudad esta salpicada de pequeños restaurantes locales donde la comida esta riquísima y te cuesta alrededor de cinco euros. En muchos restaurantes se baila. El etíope enseguida se echa a bailar a los primeros acordes. Las cenas se convierten en fantásticos espectáculos donde el personal no para moverse.
En el aeropuerto de Addis conocimos a una pareja de Zaragoza que van a viajar en grupo por el país. Nos han dicho que se hospedan en el Hotel Caraban. Nosotros nos vamos a cambiar de hotel porque el hotel Zas no nos ha gustado demasiado.
El día lo dedicamos a conocer la ciudad. Nos hemos dejado caer por el Museo Nacional que conserva los restos de Lucy.
Lucy es la mujer homínido australopithecus que esperó 3 millones de años para ser descubierta en un lago seco etíope en 1974 cerca de Addis Abeba. Su descubrimiento cambió para siempre la concepción de los orígenes de la humanidad.
Hay ambientazo en la ciudad porque es la noche de Reyes y las familias se lanzan como locas a comprar gallinas y corderos que se venden en cada esquina de la ciudad para la celebración de Reyes. Me recuerda tanto trasiego a la fascinante fiesta del cordero que tuve el privilegio de conocer en Tetuan.
Hemos cenado en un sitio fantástico que se llama Yod Abyssinia, un restaurante enorme lleno de gente y con música local en directo. La comida etíope me tiene fascinada.
Adis Abeba, 8 de enero
Nos trasladamos al hotel Caraban. Por fuera no es bonito pero las habitaciones son preciosas, limpísimas y muy confortables. Seguimos recorriendo la ciudad. Vamos a acercarnos a conocer la misión del padre Juan. Lleva 42 años en este país.
En Etiopia se habla amarico y mucha gente no habla inglés. El amarico es el idioma oficial. Forma parte del grupo de lenguas semíticas que también incluyen el árabe, el hebreo y el sirio. Es desesperante comunicarte con un taxista que solo habla amarico o entenderte con un camarero que no habla ni papa de inglés.
La misión del padre Juan se encuentra lejos, a una hora de taxi dentro de esta enorme y desordenada ciudad. Una ciudad que a veces me recuerda a Kinshasa con sus grandes avenidas llenas de horribles edificios cada uno de su padre y de su madre y otras me recuerda a Teheran plagada de pequeñísimos comercios llenos de color. Tiene sentido porque Etiopía se encuentra a caballo entre Oriente y Occidente.
El padre Juan viene a recogernos. Es alto, amable, enjuto y gallego de Ourense. Tiene una sonrisa dulce aunque en un principio guarda las distancias como buen gallego. Su misión es bonita, luminosa y muy limpia. Están celebrando la Epifanía, una fiesta muy importante en Etiopia. Varias hermanas y seminaristas nos reciben con aplausos al entrar como si de estrellas de cine se tratara. Es la manera cordial, cariñosa y hospitalaria que tienen los africanos de agradecer las cosas. Me siento un poco ruborizada ante la situación aunque muy agradecida.
Me he sentado junto a la madre María Cristina. Es peruana y lleva siete años en Etiopia. Antes estuvo en Chile y cinco meses en Kenia aprendiendo inglés.
Las monjas han hecho diferentes platos etíopes. El padre Juan nos va explicando en que consiste cada plato adentrándonos en la gastronomía de este país. Hemos pasado un día fantástico con esta maravillosa gente.
Etiopía merece cien viajes. Este país me ha enganchado desde el primer momento. Voy a dejar para otro momento los enclaves que aconsejan las guías y me voy a centrar en conocer más aspectos de la relación de nuestro país con Etiopia y la adopción.
Hace tres años, volviendo de Mozambique al hacer una escala en Addis Abeba, nuestro avión se lleno literalmente de padres con sus bebes en los brazos que finalizados los trámites de la adopción, volvían a Madrid. Me impresiono la imagen reflexionando sobre cuantos de esos niños volverían a conocer su maravilloso país.
El padre Juan nos ha dejado en la puerta del Museo del Terror Rojo. Ha sido un día muy especial.
El museo esta cerrado. Hemos parado a un chico para comprar unos kleenex. Nos ha intentado robar la cartera. Xaquín le ha pillado infraganti mientras yo le estaba pagando. Nunca nos había pasado esto en África justo delante de nuestras narices.
Hemos llegado agotados pero nos ha dado tiempo a localizar un restaurante local cerca del hotel. El restaurante tiene una marcha increíble. Todo el mundo baila. Una verdadera pasada de espontaneidad. Lo que me faltaba, uno de los bailarines, me viene a sacar para bailar. Imposible escapar de esta. No deben frecuentar el local europeos. Mi madre me dijo siempre, “donde estuvieras haz lo que vieras” y lo que no quiero es parecer una estirada, así que me guardo mi vergüenza en el bolsillo y me lanzo a bailar como una loca sin tener ni puta idea de como hacerlo.
Quiero conocer la Etiopia auténtica, la que no se ve, de la que no se habla, a la que no se escucha. Hemos quedado con una española que regentaba una asociación para adoptar niños etiopes que acaba de cerrar sus puertas. España ha suspendido las adopciones en en Etiopía y el gobierno etiope está a punto de suspenderlas definitivamente con nuestro país. Ahora toca reciclarse. Tiene planeado abrir una casa de acogida para formar a los niños y darles una profesión. También le ronda la idea de un proyecto de turismo solidario que diera soporte e infraestructura a padres adoptantes para que puedan volver a Etiopía con sus hijos.
Hemos quedado con Ana en el hotel Panorama, un hotel céntrico de esta increíble ciudad. Aparece puntual junto a Juanjo, su mano derecha, amigo y abuelo de dos niños etíopes. Juanjo es un tipo afable, tranquilo que se deshace de admiración por este país. Nos acercamos a la oficina de Ana. Todavía la conserva en Addis. Se encuentra en un segundo piso. Sube andando porque le da miedo que el ascensor se pare por un corte de luz.
España ha sido el segundo país en el ranking de adopciones en Etiopia después de EEUU. El gobierno etíope va a cerrar el grifo.
No quiero pasar por Etiopia como una turista más sino que quiero conocer la realidad de este país. Me interesa el mundo de las adopciones porque en España estoy rodeada de padres con niños etíopes.
Nos vamos con ellos a una pequeña zona rural, un lugar de peregrinación donde el padre Aba tiene una misión que alberga a setecientas personas. Esta situada a unos 90 kilómetros de Addis. La gente viene a este lugar a orar. El mismo padre Aba fué un peregrino que vino a curarse una diabetes pero que decidió quedarse construyendo esta misión para dar techo y cobijo a los peregrinos ancianos que vienen a morir a este lugar santo. En la actualidad, aquí sobreviven los más desahuciados, niños sin hogar, mujeres desprotegidas y un nutrido grupo de dementes que viven en un pabellón aislado que pone los pelos de punta. Ana quiere construir su casa de acogida en un terreno que le ha donado el padre Aba.
En su minibus llevamos provisiones porque en las próximas semanas, una productora va a rodar en este lugar un documental sobre una niña sordo ciega que fue adoptada hace 30 años por la suegra del embajador de España en aquel momento. Aquella niña vive en Malaga y va a ser la protagonista del documental. Ana va a dar cobertura e infraestructura al equipo de rodaje.
Los 90 kilómetros se convierten en más de tres horas de viaje pero la conversación de Ana es muy amena. Nos introduce en el mundo de la adopción, los recursos legales, anécdotas, orfanatos, casas de acogida, etc. Rememora los años pujantes donde España se convirtió en el segundo país en adopción de niños etiopes por detrás de EEUU.
Hemos llegado a la misión del padre Aba. No doy crédito. Nunca he visto un lugar así. Recorremos un pabellón de ancianos que desde sus camastros sin inmutarse nos ven pasar de la misma forma que ven pasar los últimos días de vida pero donde tienen un trozo de pan que llevarse a la boca en el país de las hambrunas donde la pobreza más inmunda no se esconde.
Etiopía es un país muy montañoso. Addis la capital se encuentra a 2.500 metros de altura. La misión del padre Aba esta en pleno valle del Rift entre montañas. Aquí te mueres de frio. Como siempre, no hemos venido preparados.
Hay un pabellon de niños abandonados. Entre ellos vive Mandi, un niño al que abandono su madre española cuando ya estaba adoptado porque en el hotel donde esperaba la vuelta a España le pareció que el crío no respondía a los estímulos exteriores. Tiene unos ocho años y ninguna esperanza mientras va creciendo en este lugar.
Vamos recorriendo toda la misión.
Junto a la misión del padre Aba hay un resort turístico muy básico regentado por una mujer alemana casada con un etíope. No me he enterado si el marido etiope ha muerto o se ha ido por la puerta a comprar tabaco pero la mujer esta sola y desesperada. Nos cuenta que es muy duro este país para una mujer blanca teniendo que luchar todo el día. Quiere vender el negocio. Hemos comido en su restaurante. Eramos cinco personas porque nos acompaña el representante legal de Ana, un etiope engreído que estudió en Cuba una ingeniería. Nos ha costado la comida de los cinco, unos díez euros al cambio. Este país es muy barato y más si te alejas de los enclaves turísticos y de la capital.
En Etiopia muchos niños, sobre todo hijos de militares, en la época comunista fueron mandados a estudiar a Cuba.
En la misión hay una panaderia donde unas mujeres cuecen injera. La injera es el plato nacional etiope que acompaña a todos los demás platos. Se hace con teff, un cereal que se cultiva en este país desde hace más de 5000 años. A mi me encanta aunque en algunos lugares está un poco ácida. Envuelven la comida en injera y siempre la comen con los dedos.
Los peregrinos vienen a comer. Hay largas colas esperando un plato de comida. Por fin, el padre Aba se acerca para ver si todo esta bien y nosotros le asaltamos haciendole algunas preguntas. Nos contesta a la vez que habla por el móvil, ataviado como si de un líder religioso se tratara. Las preguntas sobre la situación política de este país, las esquiva. A los etiopes no les gusta hablar de este tema.
Nos queda visitar el pabellón de los dementes que se encuentra retirado. Entrar aquí es entrar en un mundo de terror. Nunca en mi vida había estado en una lugar más horrible y siniestro. Varios barracones se abren a un patio donde hombres y mujeres comparten este tétrico espacio. Aquí nadie se salva de una demencia grave.
Algunos están atados con cadenas en las manos o en los pies. Otros se mueven compulsivamente o se golpean contra la pared. Estoy aterrada, siento nauseas. Hay mujeres que con su mirada dan pánico. Esto es el infierno.
Es imposible imaginar desde Europa un lugar como este. Alguno de ellos, me pide que le fotografíe y posa para mi. He conocido el infierno. Soy afortunada siendo testigo de que esto existe para poder valorar con inteligencia mi forma de vivir.
Nos volvemos a Addis. El viaje de vuelta no se ha hecho largo porque la conversación con Ana es muy amena. Llegamos agotados. Una ducha y salimos a cenar por el barrio. Imposible coger un taxi para buscar un buen restaurante. Nos hemos quedado extenuados.
11 de enero
Queremos volver a ver al padre Juan. Hemos contratado al sobrino de una trabajadora social de Ana para que nos acompañe haciendo turismo por Addis. Nos compensa alquilar un taxi para todo el día. Nos va a costar treinta euros. Nos recogen en el hotel Buedi y Evi.
Buedi es el sobrino de la trabajadora social que ha estudiado diseño de urbanismo y Evi es el taxista que nos dice que habla un poquito de inglés. Es uno de los problemas de viajar a tu aire por Etiopía. La gente habla amaríco y pocos hablan inglés.
Buedi nos cuenta que tiene una hermana de 11 años en Madrid que fue adoptada por una doctora. Buedi dice que su madre ha muerto y que su padre se ha largado. Lleva al cuello un amuleto con una foto de su jovencisima madre que antes de morir dio a su hermana en adopción. Ahora la niña tiene once años. Se fue a España con nueve meses.
El padre Juan nos aconseja acercarnos a LaLibela los tres días que nos quedan en Etiopía. Le vamos a hacer caso. No tenemos tiempo para ver más. Ha sido un primer acercamiento y tanteo de este país. Nos despedimos del padre Juan con la esperanza de volver a vernos pronto.
Nos acercamos al museo de los Mártires del Terror Rojo. Es desolador y terrible. Un museo dedicado a la caída del emperador Haile Selassie y a los horrores de la vida bajo el régimen del Consejo Administrativo Militar Provisional, el Dergue, la junta militar comunista que bajo la dirección de Mengistu Haile Marian gobernó Etiopia con una férrea y brutal dictadura que duro cerca de 17 años.
Mengistu sigue vivo y refugiado ahora en Zimbabue, país que le dio asilo. Este criminal sobre el que pesa la muerte de más de medio millón de personas campea a sus anchas sin que a nadie le importe a pesar de estar condenado a cadena perpetua por genocidio. Mugabe le ha protegido siempre.
Los etíopes se dan tres besos cuando se saludan entre hombres y mujeres. Los hombres se dan unos pequeños golpecitos en los brazos en señal de amistad.
Nos hemos acercado a la iglesia de la Trinidad. Es el lugar de culto más importante de Etiopía después de Askum pero además, es el lugar donde descansan los cuerpos del emperador Haile Selassie, ultimo emperador de Etiopía y de su esposa la emperatriz Menen Asfaw en dos impresionantes sarcófagos. Selassie murió en 1975 asesinado, el mismo año que murió nuestro dictador Franco.
Ras Tafari es el nombre con el que nació en 1892, el último emperador de Etiopía, quien al ser coronado adoptó el nombre de Haile Selassie. Para los rastas de Jamaica, él es Dios encarnado en el emperador. El vinculo se debe a un grupo de jamaicanos pobres que creyeron que la coronación de Ras Tafari era el cumplimiento de una profecía.
Agotados cenamos en un restaurante indio. Me apasiona la comida etíope pero hoy voy a cambiar de tercio.
Mañana hay que madrugar, nos vamos a la Libela a las ocho de la mañana. Esta tarde nos hemos acercado al hotel Hilton donde Ethiopian Airlines tiene oficina. Los billetes nos han costado cien euros por barba con el descuento por haber volado con esta compañía desde Madrid.
Las iglesias ortodoxas son bonitas por dentro, iconos de distintas épocas, cortinas, pinturas de vírgenes y custodias del Arca de la Alianza. Los etíopes cristianos ortodoxos creen que el Arca de la Alianza o las tablas de Moises fueron trasladadas por Menelik I hace 3.000 años a la ciudad sagrada de Aksum, en el norte del país. Ahora están guardadas en su iglesia de Santa Maria de Sión. Menelik I, hijo de la reina de Saba y el rey Salomón fue el fundador de la dinastía de emperadores etíopes que durante tres mil años ha gobernado Etiopía siendo Haile Selassie su último emperador.
Las demás iglesias de Etiopia custodian distintas replicas del Arca. Están llenas de peregrinos rezando y besando las paredes, suelos y toda cruz que se les ponga por delante haciendo todo tipo de aspavientos. Los peregrinos van ataviados con túnicas blancas que hace que mareas de luz tiñan las extensiones que rodean las iglesias.
Etiopía siempre te sorprende. Mañana nos vamos a Lalibela.