La isla de Karabane, un viaje de 20 días recorriendo Senegal y Guinea Bissau, 2 parte
(continuación de La Casamance, un viaje de 20 días recorriendo Senegal y Guinea Bissau, 1 parte)
22 de julio Isla de Karabane (Casamance, Senegal)
Dejamos con mucha pena nuestro hotel Perroquet en Zinguinchor, la capital de la Casamance para continuar nuestro camino. Nos levantamos para coger un sept place a Elinkine, un pueblo muy animado cuyas playas están llenas de piraguas de colores. Son las piraguas de los pescadores locales que te acercan a la isla de Karabane. El día ha empezado mal porque amenazan lluvias. Estamos en la época de lluvias torrenciales y este año nos están cayendo con más fuerza que en ningún otro viaje. Al llegar al Elinkine, se me ha acercado una chica joven con un bebe a la espalda lanzándonos todo tipo de alabanzas, “guapa”, senegalés-español hermanos, etc. Me animaba a fotografiar a su bebe, me regalo un collarcito de bienvenida. Vamos que con tanta experiencia africana, debería haberme dado cuenta de que era una buscavidas. Me vi negra y nunca mejor dicho para quitármela de encima. Me enseño todo su repertorio de regalos, artesanía, con precios astronómicos y cuando vio que no tenía ningún interés en comprar todo lo que ella me hubiera querido vender, optó por ponerse violenta.
Para pasar la mañana, nos acercamos a un campamento. Aquí en Senegal llaman campamentos a los albergues o a los hoteles en la naturaleza. Este se encuentra entre árboles, al borde del río. Tiene un nivel muy básico pero encantador. Hay un mono atado que no para de dar saltos y además tienen varios cocodrilos en una especie de estanque. La verdad es que me ha dado miedo como tienen por mascotas a animales salvajes en algunos lugares de África. Recuerdo una playa de Nigeria en un hotelito albergue cutre donde un chico paseaba a dos hienas como si fueran perros con un bozal. Significa un elevado riesgo que debes correr por estos lares.
La mañana ha sido un tanto jorobada porque no ha parado de llover. La lluvia no nos deja literalmente ni dar un paseo por el villorrio. Un pescador nos lleva en su piragua hacia la isla de Karabane con un par de mangos, exquisitos por esta parte del Golfo de Guinea. Tomar fruta te salva en muchas ocasiones porque no tienes hambre por el exceso de calor y comer demasiado, aplana y da sueño, así que muchas veces es mejor seguir el camino y ya cenarás bien cuando caiga la noche.
La isla de Karabane es una tranquila isla cerca de la desembocadura del río Casamance. Se encuentra en el sudoeste de Senegal. Es una isla preciosa, aunténticamente paradisiaca, llena de cocoteros y todo tipo de frondosos arboles. Nos instalamos en un bonito hotel “El hotel Karabane”. Nos han dado una habitación en el primer piso bonita, colonial, limpia, decadente y muy africana. Nos hemos bañado en las aguas del río Casamance, mitad mar, mitad río, frente a nuestro hotel.
La isla de Karabane fue el primer lugar donde se asentaron los franceses para comerciar en la época colonial (1836). Los vestigios de su pasado todavía pueden verse en las paredes de la iglesia, la escuela de estilo bretón, en la oficina del gobernador y en la misión, además de su cementerio católico lleno de tumbas de colonos franceses.
Hemos comido unos mangos y ya empieza a llover. Cuando llueve en África, en época de lluvias torrenciales, lo hace sin descanso, menos mal que antes de que empezase a descargar, nos ha dado tiempo a conocer la isla y a encargar la cena en un pequeño restaurante familiar. Una mujer mayor muy amable y encantadora nos ha asegurado que en su casa vamos a cenar estupendamente y así ha sido, comida senegalesa de una exquisitez imposible de olvidar.
La tarde transcurre con serias dificultades para movernos por la lluvia implacable. Llevamos un buen rato debajo de una palloza. La isla es una locura de belleza pero no podemos saborearla ni disfrutarla con este chaparrón. En estos viajes siempre se tuerce algún día por alguna variable que no puedes controlar. Esto es lo que nos ha pasado en la isla de Karabane. Al final, desesperados, hemos pedido un paraguas para dar un paseo y conocer esta belleza aunque nos calemos hasta los huesos. Es una locura como llueve en África en época de lluvias. Cae una tromba de forma irracional, brutal y desmesurada como todo lo que ocurre aquí pero es imposible imaginar más belleza.
Los africanos están acostumbrados a ella y siguen su vida sin inmutarse. Nos ha pillado la tromba sin piedad. Mientras me refugiaba del diluvio, observaba una de las imágenes más increíbles de este viaje, cuatro muchachos de unos trece o catorce años, altos, delgados, esbeltos que permanecían impasibles e inmóviles cayéndoles brutalmente el agua sin inmutarse. Es difícil entender la lluvia en África.
He empezado a conocer y predecir cuando va a llover en esta parte del mundo, siempre es igual. Comienza con un viento fresco. Antes un calor sofocante, un bochorno insoportable, asfixiante, no corre el aire. A continuación baja la temperatura bruscamente, cinco o seis grados acompañado de un viento que empieza a mover con fuerza los árboles. Un aire que levanta polvo y que parece que vas a volar. Media hora después, exactamente media hora, ni minuto antes ni minuto después viene la tromba de agua, de una brutalidad que sólo aquí es posible. Tras un breve espacio de tiempo, lo normal es que vuelva a salir un sol radiante.
Hemos ido a cenar al restaurante familiar de la señora que nos aseguro que íbamos a comer bien. Nada más acertado. La cena ha sido deliciosa. El pescado más rico guisado que he probado en mi vida con arroz y unas salsas maravillosas. Ha sido una cena estupenda sin embargo, estaba claro que no era hoy nuestro día. Con una habilidad especial que heredé de mi padre para comer el pescado con espinas incluidas, se me ha quedado una clavada en mitad de la garganta. No es la primera vez en mi vida que se me ha quedado una raspa clavada ni a mi padre tampoco pero nunca en África.
Si se te queda una espina clavada en la garganta en tu casa de Madrid siempre tienes un centro de salud pero en este continente la cosa no tiene ninguna gracia y ya son palabras mayores. Todo aquí da mas miedo y tiene mucho más riesgo, una raspadura, un arañazo, una herida. He intentado tomar pan para desprenderla de mi garganta que hasta ahora siempre me había dado resultado. Inútil, todo inútil. Me he tomado una panera entera y ahí sigue la espina de las narices. Cabizbaja y asustada voy para el hotel a dormir pensando que durante la noche se pasará y que al día siguiente ya no sentiré la espina en mi garganta. No ha sido así, ahí sigue. Dos días de angustia hasta que la condenada se ha esfumado.
La isla de Karabane es tan pequeña que no tiene carreteras ni coches solo se respira paz. Es un gran banco de arena cubierto de cocoteros, mangos, baobabs, buganvillas, etc. La isla tiene una extensión de 57 kilómetros cuadrados y toda ella esta llena de manglares.
En la isla viven unas 800 personas y se recorre en muy poco tiempo. La gente vive en gran parte de la pesca y una agricultura de subsistencia. Son muy hospitalarios con los que se acercan por aquí. Siempre te ofrecen una sonrisa y ayuda. Una gente estupenda.
Mañana dejamos esta maravilla de la naturaleza y nos vamos a Cap Skiring
(continúa en Cap Skiring, un viaje de 20 días recorriendo Senegal y Guinea Bissau, 3 parte)