Guinea Bissau y las Bijagos en 9 días. François, Robinson Crusoe en Angurman (2 parte)
Continuación de Guinea Bissau y las Bijagos en 9 días (1 parte)
François, el robinson de las Bijagos
23 de febrero 2016, martes
Hemos llegado a la isla de Angurman. Es una isla mínima del archipiélago de las Bijagos. Esta absolutamente desierta. Sólo vive en ella François, un francés que regenta un pequeño logde de ecoturismo y dos chicos negros que trabajan para él.
Vienen a buscarnos a la isla de Rubane en una piragua enorme. Nos instalamos en una de sus cuatro pallozas para dormir. La isla es increíble, fantástica, única e incomparable a nada. Es irrepetible.
François nos sale al encuentro para darnos la bienvenida con unos vasos de lima y ron. Es francés pero habla perfectamente castellano con acento latinoamericano porque vivió varios años en Colombia y México. Es amable, educado y correcto. Nos habla de su proyecto de pequeño ecologde y de los estragos que ha hecho el ébola con el turismo.
Nos instalamos en nuestra choza. Es muy básica, tiene una cama con mosquitera que es preciosa y dos hamacas para ver el mar. Nos vamos a dar un baño cuando François nos avisa que la zona es peligrosa para bañarse porque esta llena de rayas que pican. Su picadura es muy dolorosa. Nos muestra un lugar donde nos podemos bañar con seguridad junto a unos manglares que forman una pequeña piscina natural. Parece que este sitio es seguro y que no hay rayas. Este lugar es bellisimo. Hay un pequeño montículo de tierra donde llegamos nadando. La marea esta alta. Tenemos enfrente las islas de Bubaque y Rubane y al otro lado la isla de Suga.
Silo, uno de los chicos que trabajan y viven con François se pone a pescar delante de nuestras narices, en la misma orilla sacando del mar una carpa roja que nos va a preparar después para comer. Reconozco que este lugar es un campamento únicamente destinado para aventureros pero también reconozco que es único.
Vamos a dar un paseo por la isla después de echarnos una magnífica siesta. Es tan diminuta que en una hora le damos la vuelta entera. Tienen un kajak para acercarnos a la isla de Suga y ver los pájaros entre los manglares.
En una mesa situada frente al océano vamos a comer una carpa exquisita acompañada de berenjenas con un sabor desconocido hasta ahora y de postre un pastel de yuca plantada en la isla. Todo estaba riquisimo.
En esta pequeña isla desierta no hay mucho que hacer salvo deleitarse viendo la inmensidad. Hace un calor húmedo que te hace sudar y te agota. Desde nuestra cama se ve el mar, lo tenemos delante. Vemos como la marea aleja el océano dejando a nuestra vista un mundo infinito.
Vamos a recorrer la isla con Alfa. Alfa es de Sao Domingo, ciudad fronteriza con Senegal. Vive en esta isla con su patrón, François y con Silo.
François nos cuenta que tiene la explotación de este terreno para hacer el ecolodge. Le ha costado mucho conseguirlo, casi cuatro años de papeleos, trámites y burocracia. Solo lleva un año abierto. La minúscula isla pertenece a la gente de Suga, la isla grande que tenemos al lado y también sus habitantes tienen derecho a su explotación.
La gente de Suga cultiva arroz de montaña. Cada cuatro años vienen por Angurman e invaden la isla. Queman parte de sus terrenos para sembrar. De julio a agosto, siembran. Vienen familias enteras, hombres, mujeres con sus hijos, instalándose en las tabancas o pequeños poblados de la isla. El arroz en cuatro meses (de octubre a noviembre) ya está listo. Lo recolectan y se van, volviendo cuatro años después.
Recorremos la isla y vamos observando las tabancas abandonadas. Dice François que han quemado todo y dejado la isla llena de porquería. También desembarcan en estas orillas, comunidades de pescadores para ahumar pescado. Vienen en los cayucos llenos de pescado y lo ahuman en unos quince días. Después abandonan la isla hasta la próxima. Paseamos por sus tabancas abandonadas. Observando sus chozas, las construcciones para ahumar el pescado, las hueveras para las gallinas, juguetes rotos, cajetillas de tabaco, utensilios varíos, alguna sandalia abandonada, bidones, etc, puedes reconstruir como vive esta gente mientras recolectan arroz o ahuman pescado.
La isla es muy pequeña el recorrido completo lleva una hora. Tiene 50 hectáreas de perímetro. Empieza a caer la tarde y el espectáculo es único. Por delante de nosotros pasan las canoas de pescadores surcando los canales que va dejando el mar cuando se retira kilómetros al bajar la marea.
Con la bajamar podríamos acercarnos a la isla de Suga andando entre el fango que deja el mar al retirarse. Me recuerda a la isla de Ivo en Mozambique que podías andar entre islas cuando bajaba la marea.
No hay luz eléctrica en este paraíso. Son placas solares que se encienden a las siete de la tarde que ya es de noche. Hicimos bien en traer la linterna porque este lugar, de noche es como la boca de un lobo. Me siento Robison Crusoe en esta isla desierta. Me da miedo la noche. Si pasa algo, estamos incomunicados. La bajamar hace que nos encontremos en mitad de un océano de fango donde los barcos no pueden navegar.
He estado en muchos lugares únicos pero nunca he escuchado pájaros tan raros, con unos trinos que se asemejan a notas musicales. Esto es el paraíso. Hay luna llena y cuando cae la noche, hay poco que hacer. François vive como un Robinson. No tiene televisión, no tiene Intenet, ni wifi, ni prensa, solo escucha Radio France Internacional y onda corta Radio Exterior de España.
No tiene más compañeros en los cinco años que lleva en la isla que Alfa y Silo y un perro que se llama Toto, una gata y varias gallinas. También le acompañan varias pitones que según nos cuenta se comen por la noche a las gallinas en un par de minutos. Nos asegura que no son venenosas.
Yo estoy muerta de miedo. Me aterra que se cuele una en mi cama a pesar de que nos protege una mosquitera y reviso una y otra vez los bajos de nuestra cama por si las moscas. François nos explica que con las cobras ya ha acabado aunque tiene echado el ojo a un par de ellas que se acercan a merodear por el campamento. Estas si que son venenosas.
En fin, empieza a no hacerme ni pizca de gracia lo de ser Robinsona Crusoe en una isla desierta en mitad del Atlántico. Se acerca la oscuridad y con ella mis miedos y temores. La noche es terrorífica en esta isla. Los insectos nos acechan. El mar es tenebroso. La luna se encuentra radiante pero llena de sombras en la noche. Sonidos desconocidos nos rodean. De la vecina isla de Bubaque escuchamos tambores.
La cena que nos ha hecho François esta riquísima, lisa con mandioca, “bocata de cardinale” y de postre banana flambeada. La lisa también pescada por Silo en nuestras narices esta mañana. No nos queda más que irnos a nuestra choza a dormir. Reconozco que esta isla es para espíritus muy muy aventureros. He estado en muchos lugares de África y en este lugar al caer la noche tengo mucho miedo. Todavía recuerdo lo que nos contó Melchor cenando la otra noche en Bissau. Se había acercado a explorar y a dormir a otra pequeña isla del archipiélago para buscar nuevos territorios para fomentar el turismo y que por la noche al salir de su tienda de campaña se encontró con una tremenda cobra. La isla estaba llena de cobras.
François nos habla de su vida en Colombia. Regentaba un hotel den Playa Brava. Es un hombre amable y deseoso de agradar. Conversamos en torno a un vino portugués del Dao y pronto nos vamos a nuestra choza que el día no da para más.
La noche en este lugar me impone. Tengo pavor porque este lugar esta lleno de bichos y aunque no soy miedosa, estoy rodeada de cangrejos, arañas, insectos, mosquitos y lo que no veo pero se que está aquí.
Durante la noche, Xaquín se ha despertado diciendo “no me encuentro bien”. Es lo peor que puedes escuchar en este continente y más en una isla desierta. Al final ha quedado en un susto. Una reacción alérgica seguro que por una picadura posiblemente de araña. Hemos dormido cerca de doce horas
24 de febrero (miércoles D’Angurman)
Nos levantamos para disfrutar desde nuestra cama de la belleza más absoluta. Las olas llegan hasta nuestra palloza porque la marea está alta. Tras el desayuno con un pan riquísimo bajo un boabab vamos a recorrer otra vez la isla pero esta vez sin Alfa.
No creo que sea complicado porque son 50 hectáreas. Nos hemos ido sin agua y sin guía. Empieza un recorrido fantástico. La marea está alta y vamos paseando por las tabancas desiertas que descubrimos ayer. Paramos en cada playa, observando la inmensidad. De pronto, nos damos cuenta de que nos hemos perdido. Las referencias del camino ya no están. Vamos andando a través de la selva. Como siempre, en África, no aprendemos. Voy sin guía, sin agua, en chanclas y con un calor de muerte. Damos vueltas sobre nosotros mismos sin dar con ninguna referencia. La isla es pequeña pero nos hemos perdido. La cosa se va poniendo fea, el cansancio empieza a hacer mella y el miedo a que nos salga una cobra o una pitón o simplemente el hecho de poder pisarlas.
Empezamos a ponernos muy nerviosos. No encontramos ninguna referencia para llegar al campamento. En una isla desierta todo parece igual. Por fin, hemos encontrado nuestro campamento.
Hemos superado el susto con un magnífico baño en este paraíso de aguas templadas evitando las picaduras de las rayas, François nos ha proporcionado un calzado especial que nos hace aventurarnos a nadar por cualquier lugar de la isla.
Vienen a visitar la isla una pareja de francesitos, son los que venían en el barco con nosotros desde Bissau. Se alojan en Bubaque y vienen a pasar el día a la isla. Comemos con ellos. Son estirados y distantes como muchos franceses. Ella es atractiva a pesar de que es bastante mayor. Vive en la isla de Goré (Senegal) y él viene a verla desde París. Tienen un juego de seducción entre ellos y nosotros les sobramos.
La tarde consiste en sentarse frente al mar para ver como pescan los pájaros. Ver como el banco de lizas se vuelve loco cuando vienen los depredadores saltando sobre el agua y gritando, uno de los espectáculos mas impresionantes que he visto aunque imposible de fotografiar. Cientos de miles de lisas saltando y gritando cuando se acercan los jureles o los tiburones a comérselas. También vemos como se aleja el mar y como vienen los pescadores a echar las redes. Vienen en grandes piraguas con 4 o 5 hombres, tres de ellos se bajan y cubriéndoles el agua hasta el torax, echan las redes que recogerán mañana. Se quedan a dormir en la isla.
Nos cuenta François que hay bastantes casos de tiburones que atacan a estos pescadores mientras bajan de la piragua a echar las redes y que hay tiburones de 500 kilogramos que se pueden mover con el agua llegándole a la cintura a un pescador.
Los pescadores se han instalado al lado de nuestro campamento. Están haciendo la comida y tienen arroz de montaña con pescado del mar. Quieren que les acompañemos a comer. La gente es muy hospitalaria. Nos cuentan que están dos o tres días pescando y llenando la piragua y que luego lo llevan a vender a Bissau. Cada cierto tiempo se acercan a la isla hasta que llenan su piragua de pescado. Es fácil llenarla porque desde la orilla, sentados tranquilamente, observando el mar, vemos saltar a los peces, así, sin mas. La tarde la pasamos leyendo tranquilamente en las dos hamacas que tenemos en nuestra palloza viendo caer la tarde con la isla de Bubaque y Rubane en frente y al otro lado Formosa.
Cientos de pájaros pescan delante de nuestros ojos con trinos jamás escuchados, pelícanos, cormoranes, malibús. Un espectáculo fascinante. El lugar más hermoso del mundo. Cae la tarde y se acerca la noche. Sombras acechantes, amenazantes de la noche en la isla de Anguman merodeando nuestra palloza.
Vuelvo a sentir miedo porque la noche aquí es tenebrosa. Empiezan a escucharse sonidos irreconocibles. Toto, el perro del campamento ladra en la oscuridad y aparecen en la noche, tres sombras que resultan ser pescadores. Apenas hay luz en el campamento. François vive con sus dos chicos de una forma muy básica. Para poder ir a nuestra palloza nos tiene que acompañar uno de los chicos encenciéndo a nuestro paso las luces de las placas solares. En la noche, la gata maulla y te sientes muy solo, aislado. La cabeza empieza a dar vueltas en como salir de la isla si pasa algo. Esta isla es de una belleza indescriptible pero también de un misterio indescifrable.
François como cada noche nos pone una cena de pescados exquisitos que hemos visto pescar a Silo durante la tarde acompañados de yuca y mandioca frita.
François nos ofrece siempre al llegar la noche unos cocteles de ron con lima verde que se agradecen porque hace que los temores de la noche en la isla se diluyan un poco.
Nos vamos a dormir a nuestra palloza escuchando el mar. Me dan miedo las serpientes que se pueden colar en la palloza por la noche. François nos asegura que es imposible pero las ventanucas de la palloza están abiertas.
La larga noche oscura de la isla hace que François nos cuente su vida de viajero. Nos cuenta que a los dieciseis años se fue de su ciudad al Sahara donde vivió cuatro años con los tuareg, de los que aprendió mucho. Después se largó a Katmandú y nos ha confesado que casi no vuelve de este viaje. Al final, llegó a Colombia. Desde hace cinco años en la isla de los robinsones para abrirse camino.
25 de febrero 2016 (jueves D’Angurman-Bubaque)
Nos vamos de la isla de los robinsones. Me quedaría eternamente a pesar del miedo que me invade cuando se acerca la noche. Como era de esperar a Xaquín le ha vuelto a picar esta noche otra araña o lo que sea y ha vuelto a tener una fuerte reacción alérgica. Son insignificancias en esta maravillosa isla donde te sientes un Robinson Crusoe. Subsistencia y la belleza más absoluta.
Un fantástico desayuno. Nos acerca François en su piragua Nury (se llama como su esposa colombiana) a Bubaque, una de las islas más grandes y donde vive nuestro amigo Melchor. En la piragua de François la lleva Alfa. El viaje dura una hora. Vas dejando detrás D’Angurman y te vas acercando a Bubaque y Rubane y al canal que les separa.
Le hemos preguntado por el narcotráfico en este país y ha cambiado de tema rápido. La gente aquí es huidiza y escurridiza. Hay ciertos temas que no interesan a nadie y mejor no hablar de ellos.
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