Guinea Bissau y las Bijagos en 9 días, un país diferente, la isla de Bubaque (3 parte)
Continuación de Guinea Bissau y las Bijagos en 9 días, François, el robinson de la isla de Argurman (2 parte)
25 de febrero 2016 (jueves Isla de Angurman-Bubaque)
Nos vamos de la isla de los robinsones. Subsistencia y la belleza más absoluta.
Nos vamos a quedar en un refugio de pescadores en la isla de Bubaque. Se llama Dauphin y también dejan quedarse a algún viajero despistado.
Este hotel se encuentra en una punta de la isla de Bubaque. François, el robinson de Angurman nos deja en su embarcadero. Me da pena dejar a este robinson tan amable y exquisito de trato. Los dos días que hemos pasado con él, nos ha dejado uno de los mejores recuerdos africanos. Gente que merece la pena conocer. Gente que no pertenece ya a ningún lugar, salvo a su isla desierta, Angurman donde lucha como un robinson para sobrevivir.
El hotel de pescadores Daphin es precioso, africano, pequeño, lleno de vegetación y de pájaros. Unas cinco o seis pallozas dispersas por un jardín hasta arriba de flores. A un lado tiene una piscina donde se acercan los pájaros que están por todas partes a beber.
Los pescadores llegan a la caída de la tarde y cuelgan sus trofeos de pesca. El hotel Dauphins tiene una preciosa palloza terraza con mesas y sillas para ver uno de los canales más hermosos del mundo, el que separa la isla de Bubaque y la isla de Rubane.
En uno de los extremos de esta palloza terraza hay una pizarra donde los pescadores apuntan sus trofeos de pesca y el peso de las barracudas, tiburones, etc que han traído del mar. También se hacen fotos eufóricos y exultantes con enormes triunfos.
Bubaque es una isla grande que tiene bastante población. Es bellísima, dar un paseo por sus callejas polvorientas, contemplar sus casas viejas y destartaladas con los niños jugando en los portones y sonriendo siempre al viajero se convierte en una experiencia inolvidable.
Tiene 10.000 habitantes repartidos en varias tabancas o barrios. En un extremo de la isla, se encuentra nuestro hotel junto al aeródromo, mañana vamos a coger una avioneta para ir a Bissau. No tenemos otra forma de salir porque no hay barcos hasta el sábado y tenemos que llegar antes a Bissau.
Paseando por Bubaque nos damos de bruces con la casa de Melchor, el español que conocimos hace dos años cuando se estaba instalando en la isla. Esta preciosa, un cartel Sol y mar, nos anuncia que hay un restaurante. Tiene estilo. La decoración es muy africana y con muy buen gusto. Hemos visto su famoso horno donde hace esas pizzas que traspasan fronteras.
Nos sale Capullo al encuentro, uno de sus chicos y nos cuenta que Melchor está de camino desde Bissau. No he visto muchos lugares más hermosos en el mundo que la casa de este chico español que huyo de la miseria de vivir en nuestra sociedad del “bienestar”.
Melchor ha dejado su casa preciosa, detrás de la puerta de entrada, se encuentra su barco. Estos días en Bissau intenta poner en regla los papeles de su embarcación. Quiere llevar turistas por las islas. Se ha hecho todo un empresario nuestro amigo de Badajoz.
El espectáculo de Bubaque comienza el viernes con el barco que realiza el trayecto desde Bissau. Nunca lo hemos cogido por el terror que nos ha dado y porque tarda en llegar siete horas. Hace dos años, nos bajamos en estampida cuando comenzaba a zarpar del pánico que nos dio al ver lo cargado que iba. Tuvimos la lucidez de descender ante una muerte posible por hundimiento. Los barcos de Bissau que no son lanchas privadas, no te dan mucha seguridad.
El hotel Dauphin es fantástico. Es una preciosidad este lugar que regenta un francés de Reims.
26 de febrero viernes
Mañana nos vamos en avioneta a Bissau cruzando el océano. Era algo que tenía pendiente y que no pudimos hacer en el Desierto de Namib. Quiero disfrutar del espectáculo de las islas desde el cielo.
A las ocho de la mañana suena el teléfono, es François, el robinson de Argurmán y ya amigo para decirnos que nuestro vuelo se adelanta a las nueve y media Tenemos una hora escasa para ducharnos, desayunar, recoger e ir al aeropuerto y despegar.
Camino del aeródromo, la mañana despierta preciosa. La isla polvorienta es una delicia. Eric, el dueño del hotel Dauphin nos acerca en su 4*4 al aerodromo por llamarlo de alguna manera porque no es más que una pista de tierra entre campos cultivados. Al llegar, me encuentro al piloto, un niñato blanco llenando con enormes bidones y un embudo los depósitos de combustible de la avioneta. No hay nada más, salvo varías mujeres que pasan por delante con sus grandes cestos en las cabezas rozando las alas de nuestro avión. Llenar los depósitos de combustible le lleva al piloto media hora. Prefiero no mirar porque me da terror que caiga al mar y distraigo mi miedo observando como un toro bravo muy enfadado da bandazos y muge por la pista por la que presuntamente vamos a despegar.
Me da más miedo pensar en lo cómico que es todo, el toro cruza la pista, el piloto llena el avión de gasoil como si fuera un juguete. No quiero pensar en los cientos de pájaros y buitres que hay por esta zona y en lo mínima que me parece la única hélice que lleva esta avioneta que tiene que cruzar todo un archipiélago por el Óceano hasta llegar a la capital en el continente Bissau. Me dejo llevar. Despegamos, el piloto coge los mandos de la avioneta mientras consulta los mensajes de su móvil y el toro y unas vacas pasean tranquilas por la pista.
La avioneta toma altura y el espectáculo es único, sublime, fantástico. Estoy acojonada pero no pienso en ello. Me dejo llevar sintiéndome muy afortunada de poder disfrutar de algo tan bello. Contemplo las islas desde el cielo. La única hélice que llevo en las narices no se para. El viaje resulta fantástico. Me dedico a grabar con mi cámara este momento para no olvidarlo jamás.