El Carnaval de Bissau, una verdadera joya africana
El carnaval de Guinea Bissau es uno de los menos conocidos pero más atractivos de África Occidental.
Texto: Xaquín López Fotos: Sonsoles Meana
febrero 2015
La vida son dos días y el carnaval son tres. Este es uno de esos proverbios del Carnaval de Guinea-Bissau, que nunca se cumplen. Si no se sabe a ciencia cierta cuándo empieza, es imposible adivinar cuándo termina.
Sabemos que llega la hora porque del océano entran en la ciudad sonidos vibrantes acompasados de tambores y apitos ( flautines de metal para la samba) mezclados con chillidos de alegría. Es la comparsa de las islas Bijagós, a bordo de una piragua, que nunca falta a su cita.
Unos días antes de que comience la fiesta, las tabancas, así se llaman las aldeas, en el criollo de la región, llegan a la capital desde los más remotos lugares del país. Se instalan donde buenamente pueden: en un solar desocupado, en una nave abandonada o en mitad de una rotonda en desuso. Ahí montan su pequeño campamento, con tiendas de campaña para los más afortunados o esterillas para dormir al raso la mayoría.
Durante días organizan y ensayan la ceremonia que van a representar durante el desfile. Los gastos corren por su cuenta, aunque la organización otorgó una ayuda de mil quinientos euros a cada grupo, por primera vez, el año pasado. “Nuestro carnaval es la representación de las diferentes danzas, trajes y máscaras del mosaico étnico y cultural de Guinea-Bissau”, comenta el director adjunto de la comisión organizadora, João Cornélio Gómez, para justicar ese gasto. El grupo vencedor del des le recibió, en 2014, un premio en metálico de diez mil euros.
En lo único que se parece el Carnaval de Bissau al de otros países es en que se celebra un desfile multitudinario por las avenidas y plazas del centro de la ciudad. En el resto, todo es diferente, con el sello africano. Tal es el parecido entre todos ellos, que es difícil distinguir a un grupo de otro de las alrededor de diez tabancas representadas.
Una de las joyas del Carnaval de Bissau son las máscaras de los que participan en los desfiles. Están hechas de arcilla seca, papel de sacos de cemento y goma del fruto de la calabaza, todo ello después pintado y decorado con motivos indígenas. Uno de los protagonistas de cada tabanca son los llamados gigantones que recrean guras míticas de los cuentos locales o animales de la selva propios de cada zona.
Le llaman el Carnaval Pobre porque los jóvenes desfilan y bailan descalzos, a veces casi desnudos, improvisando instrumentos musicales incluso con trozos de cortezas de árboles y utilizando atuendos tan extraños como una fregona en la cabeza a modo de sombrero. Las chicas suelen untar su cuerpo con una capa de arcilla brillante, a la que pegan semillas de todo tipo en la piel.
El lema de 2014 era “El Carnaval para la promoción de la cultura de la paz y del desarrollo”. Quizás por eso, la tabanca de Oio escenificó la reconciliación entre las Fuerzas Armadas, animando a los militares a abandonar los Kaláshnikov durante las estas y sumarse al baile con jóvenes disfrazados de blanco. João Cornélio Gómez comentaba las razones del cambio de itinerario del desfile, por primera vez, el año pasado: “No hay luz a partir de las 19 horas y ya no se podía ver. Ahora, por la avenida de los Combatientes de la Libertad, la esta puede continuar por la noche”.
El carnaval bissauguineano es, primero, improvisación y, después, espontaneidad. Esas son sus raíces, más allá del indigenismo local, aunque se escuchan voces que reclaman más organización. La realizadora Dina Aldao, autora de uno de los escasos documentales sobre la esta, critica la falta de legislación para un certamen que atrae a turistas de los países vecinos y también, cada vez más, de Europa. En el polo opuesto está Carlos Vaz, presidente del Instituto del Cine de Guinea-Bissau: “La tradición no se puede confundir con un acto cultural más. Es algo espontáneo. Si se encorseta se muere”.
Las barraquinhas, donde se concentra la esta de noche, se montan en el barrio de Ajuda, a la salida de la capital en dirección al aeropuerto, unas semanas antes de la fecha o cial del carnaval (este año a partir del n de semana del 14 y 15 de febrero) y ha habido algún año que aguantaron hasta el mes de mayo. En 2014 se instalaron 300 puestos de comida y bebida.
No todo es fiesta y desenfreno
El año pasado, la Unión Europea nanció un proyecto con 580 mil euros para potenciar el consumo de productos locales durante las estas. Las estrellas fueron las galletas y el zumo de anacardo. Es una forma de buscar salidas al principal producto agrícola del país, porque la esta en sí misma es una contradicción: el carnaval más humilde y desinhibido de África se celebra en uno de los países más pobres del planeta.